En los primeros años del siglo XXI se vivió un fenómeno muy particular en el ecosistema laboral costarricense, la llegada de las casas de apuestas en línea, conocidas como “sportsbooks”.
Se trataba de pequeños negocios que florecían en virtud de los vacíos legales en las legislaciones de Estados Unidos y Costa Rica. El esquema era muy simple, no es ilegal recibir apuestas de ciudadanos estadounidenses fuera del territorio de los Estados Unidos.
El florecimiento de Internet a finales de los años noventa del siglo XX, permitió el mecanismo logístico para establecer salas de llamadas, los “call centers”, que permitían el flujo de dinero mediante transferencias electrónicas. Nuestro país presentaba grandes ventajas, buena conectividad, un alto porcentaje de población joven bilingüe, y por otro lado la comunidad estadounidense en Costa Rica es la tercera más grande de América Latina, sólo por detrás de Puerto Rico y México.
Esta fórmula resultó tan exitosa que desembocó en un crecimiento incontrolado, los “call centers” se multiplicaban por todas partes, algunos implosionaban en pocos meses, pero otros crecieron hasta tomar pisos completos de centros comerciales.
Este éxito salvaje vino aparejado a una cultura del exceso.
Los dueños de los “sportbooks” en general eran simples oportunistas que aprovecharon una oportunidad de negocio. Rápidamente se vieron superados por el flujo de dinero, entonces vinieron las fiestas pantagruélicas, las excentricidades, que permearon en el colectivo de jóvenes empleados de las casas de apuestas.
Lo más notable fue el impacto salarial, bastaba ser fluido en inglés para igualar e incluso superar el salario de un burócrata estatal con varios años de anualidades. Este fenómeno propició además la movilidad social de los afrodescendientes, quienes gracias a su pluriculturalidad se ganaban la confianza de los dueños extranjeros, repitiendo un fenómeno visto cien años antes, durante el auge de las bananeras.
Nuevamente esto implicó una penetración cultural, entre los empleados de los “books” se volvieron populares las noches de póker, las fiestas para ver la final del fútbol americano, el “Super Bowl”, así como la cultura de las motocicletas de alta cilindrada y la celebración del Día de acción de gracias.
Sin embargo, el impacto de todo esto no se limitó a una americanización de la cultura, las casas de apuestas abrieron el país a una economía de servicios en línea, así como al desarrollo de empleos de base informática, programación de aplicaciones, software, manejo de bases de datos, desarrollo Web y creación de contenidos digitales.
Yo fui parte de esa generación. No sabía hablar inglés, pero mi manejo del diseño y desarrollo Web me ganó un lugar en esa industria sin chimeneas. Mi madre nunca comprendió a qué me dedicaba, todo aquello le resultaba ajeno, y aun más preocupante el salario inflado que recibía en efectivo todos los meses.
El paso del tiempo me permitió hacerme entender en la lengua de los jefes y ganarme su confianza, extraños personajes sureños de los que nunca conocimos sus nombres verdaderos. Vi de cerca la paranoia para esconderse del FBI, contemplé esa oscura dicotomía de la moral estadounidense, la afición por los night clubs y por hacer obras de caridad en navidades.
Como tantos otros jóvenes me vi ganando grandes cantidades de dinero en un contexto dominado por antivalores y derroche. Supe que aquello era una trampa, y como tantos colegas me vi repitiendo el mantra: “Esto es temporal, después trabajaré en lo mío”. Para muchos esa letanía nunca se volvió realidad. Fue durante el gobierno de Laura Chinchilla que se anunció el crecimiento de los “call centers” como parte de la estrategia de empleo en nuestro país. Oficialmente el futuro de los jóvenes quedó definido: turnos nocturnos respondiendo llamadas, para pagar carreras en universidades privadas que nunca llegaran a ejercer.
Winning has never been so easy será una crónica novelada de los primeros años de este fenómeno, un intento por comprender el sinsentido y la paradoja, como cuando el Museo de arte y diseño contemporáneo exhibía obras de artistas que trabajaban en “sportsbooks” para poder sobrevivir.
El nombre hace alusión a un eslogan publicitario usado por las casas de apuestas para promocionar sus servicios en línea, una amarga ironía de lo que implicó para toda una generación.
Considero que este libro es necesario para la comprensión de todos estos fenómenos históricos, comprender quienes somos como sociedad cuando estamos a punto de cruzar el primer cuarto de un siglo que prometía el fin de todas las crisis.